viernes, 8 de enero de 2010

Vamos al campo nena.






El campo es el otro hemisferio de mi infancia. Llegar al camino de tierra con el sol poniéndose, el polvo del camino se levanta mientras algunas luces rosadas te dejan ver venir la noche y las luciérnagas.
Lugares inmensos solo para vos, el mandato materno de no aburrirse que te llevaba a crear en esos silencios y en todo el territorio historias y fantasmas que a la vez eran Ángeles guardianes y futuros cuentos.
Todo éste viaje fue como ir recolectando partecitas mías en todos mis lugares, en mis tres lugares fundacionales. Volver a verme desde afuera y también desde mas adentro que hace mucho.
Irse a dormir y que la noche se interrumpa con el ruido de unos teros que gritan auxilio por el gritito absurdo de un zorro, ruido a plumas y de nuevo el silencio. Hay guerras y paces por todos lados escondidas. La luna estaba redondísima los mosquitos hambrientos y los jazmines en flor.
Mientras un padrastro cansado antes de dormirse abría y cerraba ventanas para enfriar los muros gordos y refrescarnos el cuerpo y el sueño y una madre en bombachas batarazas controlaba revueltos gramajos y caminaba el parque asombrada con el crecimiento de los gingos.
Todo es lindo en el campo, y existe la hora de la siesta.

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