lunes, 24 de agosto de 2009

Tarde en el museo.





Me gusta la sensación de recorrer los pasillos en círculo. Rodeada de vitrinas con pedazos del mundo dentro.

Cuando los voy recorriendo así medio mareada, siento que lo de afuera, que la ciudad dejó de existir. Por eso vengo todos los días, aunque sea un ratito. Una vez por día necesito que ésta ciudad deje de existir, aunque sea un ratito.
Los días de semana está prácticamente vacío, salvo por algún grupo escolar o de jubilados sobre todo los miércoles que es el dia promocional para “grupos escolares y jubilados”, ésos días puedo caminar y recorrer . Los fines de semana vengo muy temprano y me siento en un banco del hall central a mirar a la gente que “pasea” sin saber que existo.
Todos los días durante mis visitas me fascino pensando como trajeron a todos estos animales hasta aquí, quién fue el taxidermista perfeccionista que logró cada una de las expresiones con las que quedaron embalsamados.
¿Cómo se logra que el ojo de un alce transmita tristeza?.

A mí me gustaría saber momificar miradas, y decir a quien pregunte que a eso me dedico….pero más me gustaría poder vivir adentro de ésas vitrinas…meterme dentro y no molestar a nadie, naturalmente pasar a formar parte de ese mundo. Llegar a ver qué hay atrás de esas montañas o como son esos valles cuando no están cubiertos de nieve. Yo quisiera tanto poder vivir adentro de esas vitrinas…

La atracción principal son los osos polares, que al revés que en las postales navideñas en las que los caracterizan como amorosos y redonditos ositos cariñosos, aquí están en posición de ataque y mostrando los dientes, unos dientes muy grandes. Los fines de semana es la vitrina que mas se llena y es la imagen con la que el museo se publicita en sus propios panfletos y agendas semanales varias. Yo es la que menos miro y la que menos me abstrae de todas, esos gigantescos osos me asustan y me desespera no saber cuál es ése peligro tan grande que los acecha y los hace desfigurarse así.

Mi vitrina favorita es la del alce con los ojos tristes. Su cuerpo está torcido y estirado sutilmente y su cabeza también, si me pongo de ladito siento que en cualquier momento me va a tocar su nariz fría, que me está pidiendo algo,que sabe que yo podría darle. Cuando llega la hora de irme tengo un sentimiento de extrema injusticia. Yo me voy sola y él se queda ahí solo en esas montañas que deben ser tan oscuras de noche...me tranquiliza pensar que tiene los cuernos simétricos lo que hace que por ley ningún cazador aunque sea humano lo pueda cazar como trofeo, si los tuviese desiguales si podrían, para “mejorar la raza” se justifica matarlos.
Junto al alce siento verdadera compañía. Pero nos separa ése vidrio grueso...él en su maqueta y yo en la mía..

Hace un par de tardes estaba ahí junto a la vitrina, exageradamente cerca cuando de repente a lado del alce apareció un reflejo humano. Se quedó quieto detrás mío, nos escuchábamos respirar.
Se acercó al vidrio primero fue de lado a lado de la vitrina, se puso en puntas de pie para llegar a ver hasta bien atrás ( es que son bien profundos los paisajes). Se quedó quieto por unos minutos hasta que de costado vi como le sonreía al alce y entendí que él también estaba quedándose hechizado con esos ojos de frío, que él también se estaba sintiendo acompañado. Su reflejo, el mío y la imagen del alce quedaron en fila. Hubiese querido apoyar mi cabeza en su hombro, o que los tres hiciéramos manada.
En ése momento las voces de los altoparlantes empezaron como todos los días a anunciar el cierre del museo en cinco idiomas distintos. Me dí vuelta y por primera vez le ví la cara, era parecido a la del “joven leopardo cazador” de la sala siete. Empecé a caminar los círculos ahora de regreso, esperando que me siga, que rebobine conmigo la cinta que nos llevaría hasta afuera, lo hice sin mirar nunca ni una sola vez hacia atrás. Cuando llegué a la salida me dí cuenta que no estaba detrás mío. Me quedé en la salida esperando. Cerraron las puertas y apagaron las luces. La ciudad estaba ahí de nuevo , el tráfico, las voces, el atardecer volviéndose noche. Él nunca salió. Me consoló pensar que tal vez logró lo que yo nunca pude, tal vez pudo entrar en ése mundo e irse junto al alce a refugiarse en una de las cuevas calentitas, tal vez ellos ya eran manada en ésas montañas heladas.

Foto de Nini Blancq-Cazaux
niniblancq-cazaux.blogspot.com

1 comentario:

Nini Blancq-Cazaux dijo...

...así es como debió de haber sido.
gracias por crearme otro recuerdo. así lo siento. sabes?

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