martes, 11 de agosto de 2009

A la señora la chocan las olas.

El sol estaba muy fuerte. Quince minutos antes habia terminado el primer suceso playero del dia. A una mujer se le habia perdido su hijo en el mar. Cuando finalmente apareció, su "crío" era un hombre de treinta años que sin avisar se habia ido a aprender a barrenar con una tabla de telgopor que por el tamaño le había pedido prestada a algun niño pequeño.
Un papelón el barrigón cuando salio a los brazos de su mamá llorando con la mini tabla de telgopor en mano.
Finalmente la playa volvio a sentarse. Nosotros estabamos debajo de una palapa tomando cerveza con clamato.
Yo leia el pasado de Alan Pauls iba justo por la parte en que me estaba empezando a dar cuenta de que pronto, en algunas páginas el libro iba a dejar de fascinarme. Estaba casi triste y me costaba avanzar en la lectura sabiendo lo inminente. En ése momento alcé la vista sobre mis lentes obscuros y en la orilla arodillada de espaldas al mar estaba una mujer ya grande, pero con la piel increible y brillosa. Estaba arodillada con las manos hundidas en la arena mojada y con la cabeza hacia abajo, en shorts y remera blanca larga. A su lado, de pie estaba quien yo asumo era su esposo de hace años, el llevaba un traje de baño muy chiquito azul, una panza muy grande pero dorada y vigorosa, él tampoco miraba al mar.
La sostenia bien fuerte del brazo que por la diferencia de posturas en la que estaban los dos, tenia que tironear. Ella se quedaba mirando abajo y las olas venian fuertisimas y la chocaban, rompiendo en su espalda como en una roca. Él hacia mucha fuerza con las piernas para no soltarla y permitirle disfrutar del vaiven que aparejaba cada golpe.
Yo los miraba hipnotizada.Era increible con la seriedad que ejecutaban su ejercicio,mezcla entre un espectaculo erótico de otros lares y como si ésa mujer estuviese experimentando una entrega divina. Fue algo mistico, chiquito, inolvidable.

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