sábado, 15 de agosto de 2009

El viento se llevó lo que era mío.




Por semanas después del funeral nadie volvío a entrar a la casa.
Alguien había tenido la cortesía de no dejar correspondencia amontonada bajo la puerta, lo que hizo mi entrada mucho más apacible de lo que la imaginaba. En los días previos me había perseguido la imágen de ésa montaña de papeles esperando ,destinada a alguien que ya no existía. Me imaginaba contestándolas, escribiendo: Lo siento la persona que usted está tratando de contactar murió abruptamente…

Cuando llegué lo único útil que pude hacer fue abrir los ventanales para que corra el aire. Pero no pude dejar que el aire me corriera a mí, me amenazaba por detrás la escena latente que no quería ver.
Detrás todo estaba quieto, todo estaba detenido en el instante donde su vida se había terminado.
La última taza de café en la mesada a su lado el cigarrillo matutino apagado torpemente en el cenicero, migas de tostadas en el escritorio y la computadora abierta que repetía y transformaba sin cesar manchas de color en el salvapantallas.
El sillón donde siempre se sentaba estaba retirado, mirando a la terraza y con la marca de su cola hundida en el terciopelo. Ahí estaba, también, cuando lo besé por última vez, antes de irme una mañana cualquiera …y todo había quedado en el mismo orden, de la misma manera, pero todo se detuvo.

Así se siente la muerte, pensé.
Me quedé suspendida en el tiempo por un rato hasta que empecé a desnudarme lentamente.
Con hondísima tristeza desabroché cada botón de mi blusa y con una extraña excitación me fui sacando todo lo demás. Caminé desde el umbral de la puerta hasta el sofá, dejando que las huellas de mi ropa armen sin querer un extraño mándala en el piso.
Y de repente creí verlo sentado en el sillón mirándome, con las cejas levantadas y moviendo el whisky para que lo hielos hagan ruido con el vidrio, como si fuese la música que marcaría el ritmo de nuestros próximos minutos. Creo que improvisé uno o dos pasos de baile.
Me senté encima de él, de frente, las piernas colgadas sobre el apoya brazos, aferrándolas al respaldo con todas mis fuerzas para sostenerme.
Empecé a masturbarme frenéticamente, sintiendo sus dedos como plumas en mi espalda. Cuando estaba a punto de acabar mis piernas perdieron fuerza, mi cuerpo se derrumbó sobre el sillón vacío… y el cuerpo que debía sujetarme había desaparecido. ¿Dónde estaba su cuerpo? ¿Qué sería del mío?
Lloré descontroladamente, desesperadamente hasta sentirme un miembro entumecido.
Lloraba sobre la ausencia y quería adormecer la muerte .
Me despertó el timbre, era el portero pidiéndome si por favor no podía mover el auto que la Señora del quinto piso no podía salir .
Alrededor todo seguía quieto.



La bellisíma foto a la que éste texto acompaña es autoría de la fotográfa mexicana Nini Blancq-Cazaux.
niniblancq-cazaux.blogspot.com

2 comentarios:

Unknown dijo...

Sólo tú para darle esa presencia y esa vida a mis fotos querida. Gracias!

Domitila dijo...

(...)mhmm.
Gracias a tí por tu talento mamacita.

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